Almuerzo

Casualidad de encontrar un rico almuerzo, y a su vez, ver dentro del menú un exótico condimento del placer. Puede ser que fuera tan solo el aderezo, o un postre para cerrar, o un aperitivo para empezar.  Edgar no imaginaba el origen de aquella visión, únicamente circulaba dentro de si un rumor de pulsiones, de penetrantes deseos de correr, y probar la manzana de un Edén fortuito, de un circulo vicioso dentro de su pequeña realidad. Cada paso lo aleja un poco, sufre, la batalla es un día nublado, y cada verso en su mente lo llevaba a poetas malditos. Su almuerzo era entonces el amargo veneno de dos amantes Shakesperianos, consumado al desierto del sentir, impulsado a la gracia de las Furias; la confesión de sus culpas contiene la carga de su pesada desazón, y  caminando pudo expandir el horizonte del oasis; ahora imagina ese almuerzo convertido en cena y cada una de sus partes ha buscado en Dionisio el aroma, una piel de vino; y el altar se eleva, y el particular silencio antepone la gracia de Eros frente a su exquisito paladar. Edgar entró al laberinto con alas de cera, y el fuego de su corazón derrite su alma; solo queda guiarse por los hilos de un cruel genio displicente. No menos, su imaginación era entorpecida por cada paso lejos del plato fuerte: su sexo.

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